sábado, 18 de abril de 2015

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El coleccionista de insultos


Cuántas veces nos pasamos días enfadados o de mala gana porque alguien nos ha ofendido. Y no queremos que se nos pase para que esa persona vea que aún nos dura el enfado por la ofensa. De hecho, ¿no te ha pasado nunca que sabes que estás enfadad@ con tu pareja y no recuerdas ni por qué? 

Se nos olvida que pase lo que pase y nos hagan lo que nos hagan, nuestra reacción no depende de nadie más que de nosotros. Y eso es lo que hace que lo que en realidad ha pasado tenga más o menos peso en nuestra vida. Si tienes claro que tu objetivo es vivir tranquil@, en paz y llenar cada día de alegría y momentos memorables, ¿qué haces frunciendo el ceño porque el vecino te ha saludado demasiado serio en el ascensor? Cómo reaccionas no depende de lo que hagan los demás, sino de ti. Recuérdate que ahora eliges sonreír y pasar de todo eso que te hace estar de mal humor. 

He encontrado esta fábula que me ha parecido muy adecuada para recordar bien esto y llevarlo a cabo cada día un poquito mejor.



El coleccionista de insultos

Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes.


A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.

Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.


El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.

Conociendo la reputación del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.

Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío.

Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo:

Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.

Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.

Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:

-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?

El viejo samurai repuso:

-Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?

-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.

-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.


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