Cuántas veces nos pasamos días enfadados o de mala gana porque alguien nos ha ofendido. Y no queremos que se nos pase para que esa persona vea que aún nos dura el enfado por la ofensa. De hecho, ¿no te ha pasado nunca que sabes que estás enfadad@ con tu pareja y no recuerdas ni por qué?
Se nos olvida que pase lo que pase y nos hagan lo que nos hagan, nuestra reacción no depende de nadie más que de nosotros. Y eso es lo que hace que lo que en realidad ha pasado tenga más o menos peso en nuestra vida. Si tienes claro que tu objetivo es vivir tranquil@, en paz y llenar cada día de alegría y momentos memorables, ¿qué haces frunciendo el ceño porque el vecino te ha saludado demasiado serio en el ascensor? Cómo reaccionas no depende de lo que hagan los demás, sino de ti. Recuérdate que ahora eliges sonreír y pasar de todo eso que te hace estar de mal humor.
He encontrado esta fábula que me ha parecido muy adecuada para recordar bien esto y llevarlo a cabo cada día un poquito mejor.
El coleccionista de insultos
Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que
se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes.
A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz
de vencer a cualquier adversario.
Cierto día un guerrero conocido por su total falta de
escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la
provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento, y,
gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba
con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una
batalla.
Conociendo la reputación del viejo samurai, estaba
allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.
Los estudiantes
de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el
anciano aceptó el desafío.
Entonces fueron
todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo:
Arrojó algunas
piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos
conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.
Durante varias
horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el viejo
permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven
guerrero se retiró de la plaza.
Decepcionados
por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los
alumnos le preguntaron:
-¿Cómo ha podido
soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría
perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
El viejo samurai
repuso:
-Si alguien se
acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
-Por supuesto, a
quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.
-Pues lo mismo
vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son
aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
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